domingo, 18 de julio de 2021
La noche del soldado
sábado, 17 de julio de 2021
Carta a Héctor Eandi
Colección norturna
martes, 6 de julio de 2021
Imagen viajera
lunes, 5 de julio de 2021
Caballo de los sueños
domingo, 4 de julio de 2021
Sabor
Unidad
Fantasma
Débil del alba
Alianza (sotana)
Galope muerto
viernes, 4 de junio de 2021
Desaparición o muerte de un gato
También la vida tiene misterios sencillos e inaccesibles, existen los rumores del granero inacabablemente, el perpetuo acabarse de las nueces verdes y amargas, la caída de las peras olorosas madurando, se reviene la sal transparente, desaparece o muere el gato María Soledad. Hasta su cola era usada como un instrumento, el color era de retículos negros y blancos, era una forma familiar y animada an-dando en cuatro pies de algodón, oliendo la noche fría y adversa, roncando su actitud misteriosa en las direcciones de la alfombra.
Se ha escurrido el gato con sigilosidad de aire, nadie lo encuentra en la lista de sol que se comía atardeciendo, no aparece su cola de madera flexible, tampoco relucen sus verdes miradas pegadas a la sombra como clavándolas a los rincones de la casa.
Ahí está Marí Soledad, con los cuadros del delantal jugando con los ojos a los dados, pensando en los rincones preferidos del gato y en su fuga o en su muerte de la que ella no es culpable, María Soledad a quien también le cuesta vigilar sus ojos anchos. Para los días que dure la ausencia deja de ponerme alegre como si el color del gato hubiera estado anillado con sus risas de agua. En la noche estaríalos estremeciendo el fulgor de la luna, él a los pies de ella, pasarían las rondas de la noche, tocarían las grandes horas solitarias; entonces María Soledad, está más lejos, con esa lejanía de ojos cerrados. Pasan campos y países dejaban puentes, cielos, no se llega nunca, nunca a fondear tu sueño a ninguna distancia, con ningún movimiento, María Soledad, solo tu gato fulgurece los ojos y te sigue, ahuyentando mariposas extrañas. Ahí está de repente, a la orilla de un viejo mueble, aparece con su pobreza verdadera, con su realidad de animal muerto, entonces estás llorando de nuevo, María Soledad, tus lágrimas caen, lagunan al borde del compañero, la sola muerte señala el llanto caído, más allá del balcón de los sueños sin regreso.
domingo, 30 de mayo de 2021
Tristeza
Serenata
Madrigal escrito en invierno
jueves, 27 de mayo de 2021
Soledad de los pueblos
En la noche oceánica ladran los perros desorientados, abren sus coros las coigüillas desde el agua, y ese ruido de aguas, y esa aspiración de los seres se estira y se intercepta entre los grandes rumores del viento. La noche pasa así, batida de orilla a orilla por el rechazo de los vientos, como un aro de metales oscuros lanzando desde el norte hacia los campanarios del sur.
El amanecer solitario, empujado y retenido como una barca amarrada, oscila hasta mediodía y aparece en la soledad del pueblo la tarde de techumbres azules, blanca vela mayor del navío desaparecido.
Frente a mis ventanas detrás de los frutales verdes, más lejos de las casas del río, tres cerros se apoyan en el cielo tranquilo. Pardos, amarillentos paralelogramos de labranzas y siembras, caminos carreteros, matorrales, árboles aislados. La loma grande, de cereales dorados, quiebra lentas olas uniformes contra la cima.
Aparece la lluvia en el paisaje, cae cruzándose de todas partes del cielo. Veo agacharse los grandes girasoles dorados y oscurecerse el horizonte de los cerros por si palpitante veladura. Llueve sobre le pueblo, el agua baila desde los suburbios de Coilaco hasta la pared de los cerros; en las canchas de juego: al lado del río, entre matorrales y piedras, el mal tiempo llena los campos de apariciones de tristeza.
Lluvia, amiga de los soñadores y los desesperados, compañera de los inactivos y los sedentarios, agita, triza tus mariposas de vidrio sobre los metales de la tierra, corre por las antenas y las torres, estréllate contra las viviendas y los techos, destruye el deseo de la acción y ayuda la soledad de los que tienen las manos en tu rostro innumerable, distingo tu voz y soy tu centinela, el que despierta a tu llamado en la aterradora tormenta terrestre y deja el sueño para recoger tus collares, mientras caes sobre los caminos y los caseríos, y resuenas como persecuciones de campanas, y mojas los frutos de la noche, y sumerges profundamente tus rápidos viajes sin sentido. Así bailas sosteniéndote entre el cielo lívido y la tierra como un gran huso de plata dando vueltas entre sus hilos transparentes.
Entre las hojas mojadas, pesadas gotas como frutas suspenden de las ramas; olor a tierra, de madreselvas humedecidas; abro el portón pisando las ciruelas volteadas, camino debajo de los ganchos verdes y mojados. Aparece de pronto el el cielo entre ellos como el fondo de mi taza azul, recién limpiado de lluvias, sostenido por las ramas y peligrosamente frágil. EL perro acompañante camina, lleno de gotas como un vegetal. Al pasar entre los maíces agacha pequeñas lluvias y dobla los grandes girasoles que me ponen de pronto sus grandes escarapelas sobre el pecho.
Día sobresaltado apareces después, cerciorado de la huida del agua, y corres sigilosamente bajo el temporal, al encuentro de los cerros, abarcas dos anillos de oro que se pierden en los charcos del pueblo.
Hay una avenida de eucaliptus, hay charcas debajo de ellos, llenos de su fuerte fragancia de invierno. El gran dolor, la pesadumbre de las cosas gravita conforme voy andando. La soledad es grande en torno a mí, las luces comienzan a trepar a las ventanas y los trenes lloran, lejos, antes de entrar a los campos. Existe una palabra que explica la pesadumbre de esta hora, buscándola camino bajo los eucaliptus taciturnos, y pequeñas estrellas comienzan a asomarse a los charcos oscureciéndose.
He aquí la noche que baja de los cerros de Temuco.
sábado, 22 de mayo de 2021
Admitiendo el cielo
Esta es mi casa
Al lado de mí mismo señorita enamorada
Cuando aproximo el cielo con las manos
No sé hacer el canto de los días
martes, 18 de mayo de 2021
Imperial del sur
Las resonancias del mar atacan contra la hoja del cielo; fulgurece de pronto la espalda verde; revienta en violentos abanicos; se retira, recomienza; campanas de olas azules despliegan y acosan la costa solitaria; la gimnasia del mar desespera el sentido de los pájaros en viaje y amedrenta el corazón de las mujeres. Oh mar océano, vacilación de aguas sombrías, ida y regreso de los movimientos incalculables, el viajero se para en tu orilla de piedra destruyéndose, y levanta su sangre hasta tu sensación infinita!
Él está tendido al lado de tu espectáculo, y tus sales y sus transparencias alzan encima de su frente; tus coros cruzan la anchura de sus ojos, tu soledad le golpea el corazón y adentro de él tus llamamientos se sacuden como los peces desesperados en la red que levantan los pescadores.
El día brillante como un arma ondula sobre el movimiento del mar, en la península de arena saltan y resaltan los jugos del agua, grandes cordeles se arrastran amontonándose, refulgen de pronto sus húmedas etincelias y chapotea la última ola, alcanzándose a sí misma.
Voluntad misteriosa, insiste multitud del mar, jauría condenada al planeta, algo hay en ti más oscuro que la noche, más profundo que el tiempo. Acosas los amarillos días, las tardes de aire, estrellas contra los largos inviernos de la costa, fatigas entre acantilados y bahías, golpeas tu locura de aguas contra la orilla infranqueable, oh mar océano de los inmensos vientos verdes y ruidosa vastedad.
El puerto está apilado en la bahía salpicando de techumbres rojas, interceptado por sitios sin casas, y mi amiga y yo desde lejos lo miramos adornado con su cintura de nubes blancas y pegado al agua marina que empuja la marea. Trechos de pinos y en fondo los contrafuertes de las montañas; refulge la amorosa pureza del aire; por encima del río cruzan gaviotas de espuma, mi amiga me las muestra cada vez y veo el recinto del agua azul y los viejos muelles extendiéndose detrás de su mano abierta.
Ella y yo estamos en la cubierta de los pequeños barcos, se estrella el viento frío contra nosotros, una voz de mujer se pega a la tristeza de los acordeones; el río es ancho de colores de plata, y las márgenes se doblan de malezas floridas, donde comunican los lomajes del Sur. Atrae el cauce profundo, callado; la tarde asombra de resonancias, de orilla a orilla por la línea del agua que camina, atraviesa el pensamiento del viajero. Los barbechos brillan secamente al último sol; atracada a favor del cantil sombrío una lancha velera sonríe con sus dos llama blancas; de pronto surgen casas aisladas en las orillas, atardece grandemente, y cruzan sobre la proa los gritos de los tricaos de agorería.
Muelles de Carahue, donde amarran las gruesas espigas desembarcan los viajeros; cuánto y con cuánto conozco tus tablones deshechos, recuerdo días de infancia a la sombra del maderamen mojado, donde lame y revuelve el agua verde y negra.
Cuando ella y yo nos escondemos en el tren de regreso, aún llaman los viejos días algo, sin embargo del corazón duro que cree haberlos dejado atrás.
Torciendo hacia ese lado
jueves, 13 de mayo de 2021
Provincia de la infancia
Provincia de la infancia, desde el balcón romántico te extiendo como un abanico. Lo mismo que antes abandonado por las calles, examino las calles abandonadas. Pequeña cuidad que forjé a fuerza de sueños resurges de tu inmóvil existencia. Grandes trancos pausados a la orilla del musgo, posando tierras y yerbas, pasión de la infancia revives cada vez. Corazón mío ovillado bajo este cielo recién pintado, tú fuiste el único capaz de lanzar las piedras que hacen huir la noche. Así te hiciste, trabajado de soledad, herido de congoja, andando, andando por pueblos desolados. Para qué hablar de viejas cosas, para que vestir ropajes de olvido, Sin embargo, grande y oscura es tu sombra, provincia de mi infancia. Grande y oscura tu sombra de aldea, besada por la fría travesía, desteñida por el viento del norte. También tus días de sol, incalculables, delicados; cuando de entre la humedad emerge el tiempo vacilando como una espiga. Ah, pavoroso invierno frenético. Lluvia caída de todas partes, oh triste prodigadora inagotable. Aullaban, lloraban los trenes perdidos en el bosque. Crujía la casa de tablas acorraladas por la noche. El viento a caballazos, saltaba las ventanas, tumbaba los cercos; desesperado, violento, desertaba hacia el mar. Pero qué noches puras, hojas del buen tiempo, sombrío cielo engastado en estrellas excelentes. Yo fui el enamorado, el que de la mano llevó a la señorita de grandes ojos a través de lentas veredas, en crepúsculo, en las mañanas sin olvido. Cómo no recordar tanta palabra pasada. Besos desvanecidos, flores flotantes, a pesar de que todo termina. El niño que encaró la tempestad y crió debajo de sus alas amargas la boca, ahora te sustenta, país húmedo y callado, como a un gran árbol después de la tormenta. Provincia de la infancia de deslizada de hojas secretas, que nadie conoció. Región de soledad, acostado sobre unos andamios mojados por la lluvia reciente, te propongo a mi destino como refugio de regreso.
viernes, 30 de abril de 2021
El otoño de las enredaderas
Amarillo fugitivo, el tiempo, que degüella las hojas avanza hacia el otro lado de la tierra, pesado, crujidor de hojarascas caídas. Pero antes de irse, trepa por las paredes, se prende a los crespos zarcillos, e ilumina las taciturnas enredaderas. Ellas esperan su llegada todo el año, porque él las viste de crespones y de broncerías. Es cuando el otoño se aleja cuando las enredaderas arden, llenas de alegría, invadidas de una última y desesperada resurrección. Tiempo lleno de desesperanza, todo corre hacia la muerte. Entonces tú forjas en las húmedas murallas el correaje sombrío de las trepadoras. Inmóviles arañas azules, cicatrices moradas y amarillas, ensangrecidas medallas, juguetería de los vientos del norte. Donde ha de ir sacando el viento cada bordado, donde ha de ir completando su tarea el agua de las nubes.
Ya han emigrado los pájaros, han fijado su traición catando, y las banderas olvidadas bordean los muros carcomidos. El terrible estatuario comienza a patinar los adobes, y poco a poco la soledad se hace profunda. Agua infinita que acarrea el invierno, que nada estorbe tu paso silencioso. Pequeñas hojas que como pájaros a la orilla del grano, os agrupasteis para mejor morir; es hora de descender de vuestros nidos y rodar y hacerse polvo, y bailar en el frío de los caminos. Durecidos tallos, amarras pertinaces, este barco se suelta. He ahí despedazadas las velas y destruido el mascarón ensimismado, que cruza encima de las estaciones siempre en fuga. Quedaos vosotros apretando un cuerpo que no existe entre vuestras serpientes glaciales. Nunca vuelve este barco; el que se aleja regresa cambiado por el tiempo y la lucha. Nunca el tiempo del sol aporta las mismas hojas a los muros. Primero asoman en las axilas, escondidas como abejas de esmeralda y estallan hablándose un lenguaje de recién nacidos. Es que nunca, nunca vuelve el barco roto que huye hacia el sur llevando el mascarón tapado por las enredaderas taciturnas. Lo empuja el viento, lo apresura la lluvia, y la estela de este navío está sembrada de pájaros amarillos.